No todo camino tiene un punto de llegada. Algunos, son sólo una sucesión de pasos sin
final, aunque no por ello sin rumbo. Sin embargo, la historia de esta capilla dio varios
pasos antes de aquel 12 de diciembre de 1991.
En un artículo publicado en agosto de 1983 en un diario local, Ernesto Rizzardi, coordinador
de lo que en algún momento fue el grupo vecinal Sociedad de Fomento Juan Fugl (responsable de
gestionar y financiar varias obras para el barrio, como apertura de calles e instalación de
redes de agua y gas), cuenta que en una oportunidad el grupo consultó el catastro municipal y
advirtió la existencia de dos lotes pertenecientes al Obispado de Azul ubicados en Chile al 950.
El lugar parecía ser el indicado para erigir un salón cultural, uno de los planes pendientes
de los vecinos. Cuando le acercaron a Mons. Luis Actis la inquietud, él apoyó la iniciativa.
Aunque puso una condición: que se destinara también a la celebración de Misas. Trato hecho.
El grupo puso manos a la obra y, en cuatro años, mediante rifas y donaciones reunió los fondos
para construir un salón, que en aquel momento lucía paredes de ladrillo y techos de chapas de
fibrocemento.
El tiempo transcurrió y los esfuerzos se agotaron. El salón quedó sin terminar, y por años lo
que debió ser un lugar de encuentro fue apenas un testigo silencioso del paso del tiempo.
En los 80, cuando Jaime Traladriz quedó al frente de la comisión, ésta recobró su vigor y los
vecinos reanudaron la tarea de obtener recursos. Fue así como pudieron restaurar el techo, que
había sido dañado por un ciclón. Pero el impulso que tomaron las obras se detuvo cuando el flamante
coordinador debió dejar la ciudad. Otra vez, el sueño del salón se desvaneció.
(inaugurada en 1991)
La tercera es la vencida, dice el saber popular. Esta historia parece confirmarlo. Cuando el padre
Raúl Troncoso fue nombrado párroco de la Iglesia del Santísimo Sacramento retomó la iniciativa de
darle uso al galpón abandonado de Chile al 950. En su cabeza ese lugar ya tenía destino, pero él
sabía que solo no podía hacerlo realidad. “¿Qué te parece, nos juntamos esta noche?”, le dijo por
teléfono a una vecina, algún día de 1989. Fue el puntapié para convocar al grupo que lo acompañaría
en aquel encuentro fundacional.
El Padre Raúl llegó entusiasmado a la casa de Alicia Stúpar y su hija, Virginia Mauco. Allí
estaban Carlos y Susana Pérez, Omar y Cecilia Confalonieri, Horacio y Mabel Simón, Rubén y Ester
Islas, Julia Vallejos, Adalberto y “Maruca” Cuevas, Leo Lozano, Félix Sánchez y su esposa y Danilo
y “Negrita” Senor junto a su hija, Paula. Los vecinos escucharon la idea que Raúl tenía para
contarles: erigir en el galpón una capilla dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe. Bastó que les
narrara la historia de la Virgen para que el entusiasmo se contagiara.
Nadie dudó: había que poner manos a la obra. Desde entonces, el grupo empezó a reunirse todos los
martes en la casa de los Pérez. La asistencia era perfecta. Si en alguna oportunidad Raúl no podía
asistir, tenía quien lo pusiera al tanto de las novedades: el padre Horacio Gómez, un sacerdote
recientemente ordenado que trabajó codo a codo con la gente del barrio.
La primera tarea que se fijaron fue limpiar el galpón y poner en condiciones el terreno. Luego,
empezaron a idear alternativas para reunir el dinero que permitiera transformar el lugar. Así fue
como vendieron rifas y hasta realizaron colectas en las misas que esporádicamente celebraban allí
el padre Horacio o el padre Juan Zarazola, a quienes se veía llegar en bicicleta. Pero sin dudas
la actividad que más fondos recaudó fueron las comidas. Dos o tres veces al año se instalaba una
gran carpa en el terreno de al lado (que todavía no pertenecía a la capilla) o en el de enfrente
(donde hoy están los scouts) para compartir una cena, que era posible gracias a que uno donaba la
carne, otro conseguía la bebida, aquel preparaba las ensaladas y siempre había alguien dispuesto
a hacer la animación. Una sumatoria de esfuerzos solidarios que rendía sus frutos.
El dinero recaudado en esos encuentros permitió que los trabajos avanzaran, unas veces porque los
propios vecinos ofrecían su mano de obra y otras, porque sabían a quién delegarle la tarea. Todo
parecía indicar que esta vez sí habría capilla.
Cuando las instalaciones ya estaban en condiciones, la siguiente meta fue habilitar los servicios.
Corría 1991. Por entonces el barrio estaba movilizado porque una vecina, María Andrea Ferrari,
tenía pensado casarse y quería hacerlo allí. A ella no le importaba que la obra estuviera
inconclusa, desde hacía tiempo trabajaba para hacer realidad el sueño de la capilla y no se
imaginaba entrando con el vestido blanco en otro lugar que no fuera ése. Como todavía faltaban
elementos, hubo que ir a la capilla María Auxiliadora para pedir prestados los bancos y a la
parroquia para traer la alfombra roja. La ceremonia finalmente se concretó. La sorpresa, en esa
noche de junio, se la llevó la propia novia: cuando ingresó, descubrió que las conexiones estaban
terminadas y en la capilla había luz.
Aquel casamiento fue una prueba clave del lazo que los vecinos habían construido con el lugar. Desde
entonces, los trabajos se aceleraron: todavía había que pintar y un carpintero debía terminar los
bancos que iba armando de a poco, a medida que le acercaban dinero para comprar materiales. Con
esfuerzo, el barrio pudo llegar a la meta. Y lo hizo en la fecha que se había fijado. El 12 de
diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe, la capilla quedó formalmente inaugurada.
Pero la concreción de la obra no puso fin al esfuerzo de los vecinos: todavía quedaban proyectos pendientes. El primero fue la construcción de un salón y de una secretaría, que permitiría tener una presencia permanente durante la semana para evitar que el templo permaneciese cerrado. Más adelante surgió la idea de tener nuevos salones para darles mayores comodidades a los chicos y chicas que acudían a catequesis. La intención inicial era construirlos detrás de la capilla, pero un vecino advirtió que si esa obra se concretaba, no habría posibilidades de ampliar el templo, que ya estaba quedando chico. Entonces los planes cambiaron y el grupo decidió ir por esa reforma. El trabajo estuvo a cargo de Patricia y Jorge Ortiz, quienes imaginaron un altar con grandes ventanales que diese a las celebraciones un marco natural con la vista del parque, y que dejase atrás el viejo altar donde los sacerdotes guardaban los elementos para la misa detrás de una pequeña pared. Los nuevos salones quedaron para una tercera etapa de ampliaciones que se concretó poco tiempo después.
En la guía generosa de sus sacerdotes, en el trabajo denodado de la comisión de vecinos y en la solidaridad de cientos de personas que durante años compraron su entrada para las cenas (y para disfrutar del humor del “Gaucho Alambre”, faceta artística del padre Mauricio Scoltore) o se anotaron en alguno de los tres maratones a beneficio, la Capilla Nuestra Señora de Guadalupe encontró los tres pilares que le permitieron ser. Por ellos, esta historia confirma el saber popular: la tercera fue la vencida.
La catequesis
La catequesis de la capilla también tiene su historia previa a la inauguración.
Comenzaba la década del 80 cuando, convocada por María de los Dolores Usandizaga, Leo
Lozano conformó el primer grupo. Como era de esperar, las clases no se dictaron en el galpón
de Chile al 950. La buena voluntad de las autoridades de la Escuela Nº 53 permitió utilizar
sus instalaciones como punto de encuentro. Allí se desarrolló el curso cada sábado por la
tarde, mientras las misas se celebraban en la capilla María Auxiliadora o en la propia
parroquia del Santísimo Sacramento.
Los años pasaron y con ellos, el grupo de catequistas cambió. Hoy está bajo la coordinación
de Estela, quien camina la capilla desde hace quince años, cuando empezó a acudir a las
reuniones de catequesis familiar. Su trabajo es facilitar el encuentro entre las ocho
catequistas para aunar criterios y que ninguna se sienta sola en la tarea. Estela se especializó
en la formación de chicos con capacidades diferentes, quienes también tienen la posibilidad de
ir a catequesis en Guadalupe.
Además...
Varias actividades se desarrollan en Guadalupe durante la semana, por ejemplo, los Talleres
Manos Solidarias, en los que se enseña bordado; las clases de apoyo escolar y de computación; y
la Huerta Solidaria, que funciona en el terreno lindero a la capilla y asiste a distintas
instituciones. Para conocer más, los invitamos a acercarse.
Padre Raúl Troncoso:
—¿Por qué impulsó la instalación de una capilla en este lugar?
—Y porque si no, ¿adónde iba a ir la gente del barrio? Acá no había nada. La capilla más cercana era
María Auxiliadora.
—Trabajaron mucho para poder inaugurarla…
—Y siguen trabajando. Cuando empezó era chiquitita y ahora es una barbaridad, se nota la
diferencia. Además, hay unas religiosas que viven muy cerca. Yo quería construir arriba de los
salones para que ellas estuviesen ahí pero no se pudo hacer, los arquitectos evaluaron que no era
conveniente.
—¿Es complicado que obtener autorización para crear una capilla?
—Casi siempre lo pide la gente. Lo importante es pensar adónde hace falta llegar con el
Evangelio. Nosotros empezamos a reunirnos con los vecinos antes de informar al Obispado
porque lo primero que se necesita es el visto bueno de la comunidad. Después el Obispo nunca te
hace problemas, sólo te pregunta por qué te parece conveniente y cómo lo vas a hacer. Y la
respuesta es siempre la misma: “Lo va a hacer la gente”.
Padre Marcos Picaroni:
—¿Cuándo comenzó a involucrarse con la capilla?
—Yo llegué a la parroquia del Santísimo Sacramento en 1996, después de dos años y
medio como sacerdote en Olavarría, y mis primeros bautismos en Tandil fueron en Guadalupe.
—¿Es una capilla con actividad permanente?
—En la semana tiene catequesis y talleres, todo gracias al trabajo de voluntarios. Y los
fines de semana las actividades giran en torno al culto: el bautismo, que se celebra el
segundo sábado de cada mes; el sacramento del matrimonio, para el que tenemos dos turnos
cada viernes y cada sábado; y la misa del domingo, que es muy concurrida, tanto por
adolescentes y jóvenes como por los vecinos, porque la zona de influencia abarca desde
la avenida Avellaneda hasta la zona del club Uncas y hasta El Cerrito.
—¿Cómo es el barrio?
—Son varios barrios, en verdad. Es gente de trabajo. Y allí, desde la implantación de la
capilla se ha ido edificando una comunidad. La parroquia en definitiva es la Iglesia que
peregrina entre los vecinos, ése es el sentido de la palabra, por eso la comunidad es tan
importante.
—¿Y cómo es esa comunidad?
—A medida que la gente se involucra, este lugar forma parte de su vida. Hay quienes le
han puesto el corazón y no entienden su vida sin la capilla. También hay muchos
adolescentes y jóvenes que se sumaron más recientemente al grupo de animación musical,
al Movimiento de la Palabra de Dios o al grupo de scouts. Pero todavía hay muchas
posibilidades de participación para aprovechar, en la transmisión de la fe, en la
caridad y en la liturgia. Es una capilla receptiva, de puertas abiertas, y queremos que
mucha más gente se sume a trabajar y la sienta como su casa.